lunes, 28 de enero de 2008

Gauchito Gil, de ladrón a santo milagroso

Cientos de “altares” como este se encuentran a los lados de las carreteras del centro de Argentina.

Lazos y estandartes rojos, y a veces acompañados de una imagen de un gaucho con bigotes. Es el “Gauchito Gil”, un personaje pendenciero de finales del siglo XIX que recorrió los caminos del centro-este de país cometiendo todo tipo de fechorías hasta caer abatido a manos de la policía. Hoy en día es uno de los santos populares más venerados. Y tanto lo es, que en su santuario “oficial” en Mercedes llegan a reunirse, según las últimas convocatorias (en el aniversario de su muerte), más de 200.000 personas en un solo día. Ya les gustaría a muchos santos oficiales tener un santuario con este aforo.
El personaje en cuestión se llamaba Antonio Mamerto Gil Núñez, también conocido como Curuzú Gil. Se ganaba el pan como ladrón su profesión era la de bandolero. Su historia legendaria se endulza cuando dice que era una especie de “Robin Hood” que robaba a los más ricos para repartir luego el botín entre los más necesitados. Por esta actitud gozaba de la complicidad de buena parte de los lugareños, que le ayudaban a ocultarse de la Policía o le llevaban comida cuando se escondía en el bosque. Pero quizá lo que lo elevó a los altares populares fue su trágica muerte. Cuando las fuerzas del orden le dieron captura, lo colgaron por los pies bajo un algarrobo para después degollarlo. Manos anónimas lo enterraron en el lugar, que poco a poco se fue convirtiendo en espacio de culto. Y de la devoción que goza el Gauchito Gil dan testimonio las miles de ofrendas que sus fieles le depositan en su tumba y en otros muchos altares en distintos puntos del país. Se calcula que en el santuario oficial existen actualmente más de 45.000 placas testimoniales de devotos llegados desde diferentes países latinoamericanos, centroamericanos y hasta europeos.
Como en tantos otros lugares de peregrinación popular, el “santuario” está cubierto de objetos que sus fieles le han dejado, como matrículas de coches, vestidos, etc. Algunos como ofrenda ante el pedido de un pequeño o gran milagro. Otros, para agradecerle los ya concedidos. Y es que los santos, por muy ladrones que hayan sido en vida, también parece que obran prodigios sobrenaturales…
Antes de comentarles alguna cosa más, les dejo con un vídeo de la televisión argentina del pasado 8 de enero, el día oficial de culto y peregrinación de este gaucho pendenciero. Verán que sus devotos tocan su imagen con devoción, les piden trabajo, salud para sus familias… ¡y que gane su equipo de fútbol!



El santuario que abría este post está en la provincia de Mendoza, justo en el lado opuesto del país donde fue muerto y donde se le rinde culto. Y es que se ha extendido tanto la devoción por este personaje, que en numerosas carreteras del país existen pequeños altares al Gaucho Gil. Incluso en la populosa Buenos Aires se venden en todas las tiendas de artículos religiosos estampas con una oración para rezarle, e incluso imágenes de distinto tamaño con su efigie de cuerpo entero. Incluso existe un altar en la confluencia de las calles Concepción Arenal y Corrientes, en el barrio de Chacarita.
En el libro “Santos Famosos…” le dedico un casi un capítulo entero a este gaucho, primero ladrón, luego milagroso santo varón, pero lo cierto es que no es el único de su estirpe.

Otros santos bandidos

Otro de los gauchos ladrones convertido en objeto de culto es Juan Bautista Bairoletto. Sus andanzas casi épicas le sitúan a principios del siglo XX en la provincia argentina de La Pampa
y al igual que el Gauchito Gil, se dedicó al pillaje y al robo. Su infancia poco feliz y sus primeros escarceos con la Policía cuando aun era un adolescente forjaron una personalidad al margen de la ley.
Aunque en sus pillajes a veces había muertes por medio, dicen también de él que repartía su botín con amigos y necesitados. Ya en la década de los treinta, Bairoletto era conocido también como “El Robin Hood” o “El Atila” de la Pampa. Y es que no había asalto, robo o fechoría que no fuese achacada a este personaje, hasta el punto en que la policía, tocada en su orgullo, organizó grandes redadas para darle caza. No fue hasta 1941 cuando fue sorprendido y muerto en la localidad de General Alvear. Allí fue velado ante miles de personas llegadas desde distintos puntos del país y fue enterrado en el cementerio local. Es precisamente ese el lugar de peregrinación de sus fieles en la actualidad, que depositan sobre su mausoleo todo tipo de exvotos y ofrendas, hasta convertirse en San Bautista Bairoletto. Incluso su canonización oficial cuenta con una propuesta formal, pero por el momento tan solo forma parte de la devoción popular.
El Gaucho Cubillos, cuyo culto se extiende por la provincia argentina de Mendoza; Olegario Álvarez -el Gaucho Lega- en la provincia de Corrientes, donde también pereció violentamente a manos de la policía; Bazán Frías, que en 1892 se fugó de la cárcel y fue abatido por la Policía en Tucumán; Antonio María, muerto por las fuerza de la ley tras matar a una mujer embarazada, cuenta con un importante culto en Corrientes; y hasta una media docena de personajes de similar calaña forman el particular panteón de santos ladrones.
Y aunque todos estos personajes se encuentran lejos de la imagen tradicional que todos tenemos de los santos, lo cierto es que la fe todo lo perdona; y la muerte violenta, eleva a los altares.